domingo, 7 de diciembre de 2014

Una rosa negra y setecientos treinta atardeceres



Despertó una mañana de verano en alguna sala de urgencia de un hospital maltrecho. Miró a un costado y vio que su misma sangre dormía en una silla de aluminio. Se sentó en la cama y lloró hasta que estuvo deshidratado. El espejo lo retó a seguir, y solo por orgullo decidió hacerle caso. Se paró y empezó a correr como nunca. De repente empezó a sonreír mientras sentía que sus lagrimas volaban de su cara. Sus pies dolían. Mucho. Pero era preferible perder los pies que el corazón.
La vida lo estampó contra una pared un par de veces. Su interior estaba suelto como la piñata de un pibe bien. Pero él seguía. Se acomodaba los huesos y corría. Perseguía a quien quería ser y a veces se perseguía a él mismo por haber dejado de ser lo que era. Cayó en un pozo repleto de medusas que lo picaron hasta los nervios. La piel le ardía. Juntó coraje y empezó a hacer la plancha para luego trepar a la superficie y salir arando de vuelta. El viento le secó el pelo casi instantáneamente, pero un cable de plástico lo ahorcó y colgó de un árbol. Fue el triste protagonista de una historia creacionista, solo para quedar tumbado en el suelo durante un largo tiempo.
Un Sábado cualquiera venía anestesiado, como siempre. Empezó a mirar hacia los costados y no reconoció donde estaba. No sabía si había zafado o si estaba en el ojo del huracán. Se puso en cuclillas esperando que algún grito arrebatara la calma. Se puso de pie, abrió los ojos y se sintió en casa. Por primera se sentía cómodo, seguro, feliz. La miró a los ojos. Esos ojos profundisimos que contaban mil historias de esperanza. Lo atrapó con una tierna mirada. Le prometió el mundo y se lo dio todos los días. Le tomó la mano y aceptó que nada mas importaba. El hogar que tanto buscaba lo encontró dentro de ella. Ya no había necesidad de seguir corriendo, solo ponerse fuerte para amarla tanto como le fuera posible.
Y así el tiempo, el espacio y todo lo demás dejó de importar. Había llegado a donde nunca pensó. Encontró en alguien lo que nunca pudo recibir, y así esperó vivir por siempre. Le agarró la mano, le dio un beso y se acostaron en una cama de hojas que la pachamama les obsequió. Respiraron hondo y vieron como la tarde se quedaba dormida. Juntos. Siempre.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Endecha



¿Que haría sin tus canciones? No me acuerdo como llegaste ni que me dijiste la primera vez. Solo recuerdo la esquina, el calor de las maquinas y el ruido del bondi. Y entre todo eso tu voz resplandecía llenando ese vacío que develó su existencia al segundo de escucharte. Ya nada fue igual. Imágenes volaban mientras el dios viento me elevaba por sobre todas las cosas. Esas caricias al alma que nos regalan los espíritus como el tuyo. Mi cabeza implosiona y me entiendo un poco mas. Todo fluye mientras se imprimen tus palabras en mis ojos. Me inundo de tu cadencia y entiendo que aún hoy, no pedís nada a cambio.

Un día de te vi en un mundo de flores junto a mi sol naciente. Nunca voy a olvidar eso que generaste. Esa sonrisa inmortal que inyectó en mi la mas poderosa esperanza jamas sentida. Rodeados de hermanos por asociación, nos contaste mil historias sobre la vida y la muerte. Intentamos saltar pero nos quedamos sin aire de tanto gritarte. Vos feliz, nosotros aún mas. Bastó con vernos solo una vez para acompañarnos por siempre.

La percepción de todo lo conocido, fue irremediablemente re descubierta bajo tu frío manto de poesías. Volvimos a adentrarnos en el invierno nuevamente, mientras ese tortuoso movimiento en tus ojos se acercó y tocó mi cara. Una canción de cuna para quienes perdieron todo. Concédeme el sueño y dejaré que la lluvia lave todos mis pecados. Solo así podré ver el sol ponerse sobre tu parque de aguas negras.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Perdimos el oceano



Imagínense 7 cajitas musicales sonando al mismo tiempo y tocando una melodía diferente. Es como ver un arco iris. Los matices se funden y generan espejismos que van y vuelven jugando. Y suenan. Y suben. Y explotan en el grito más desesperado jamas escuchado. Una plegaria del mas allá que lo esperaba de brazos cruzados y piernas abiertas. El viento muta en un tornado furioso que busca destrozar todo. De repente el estruendo se convierte en murmullo. Y el murmullo en susurro. Y el susurro en silencio. Nada parecía pasar y en realidad todo pasaba demasiado rápido. Nunca llegaste a entenderlo. Renacer no es lo mismo que revivir. Sin embargo, sabias que nuestro sol habla en un idioma desconocido por el hombre. Quizás aún hoy sepas algo que nosotros no. 

domingo, 9 de noviembre de 2014

Domadores de veredas



Medias mojadas. Empapadas. Burbujas salían de los agujeros de los zapatos confirmándome que iba a estar mas cómodo con los pies en el asfalto. 
Ya casi nadie caminaba por las veredas. Todos temían caer en algún pozo que secretamente fuera un portal hacia la tristeza. Todo aquel que descendió, no volvió. Todos tenían su propia versión sobre hacia donde iban los caídos. Algunos decían que caían al infierno por irrespetuosos. Otros, que era la forma que tenía el dios Destino para ponernos a prueba. Lo cierto era que todos sabían que no valía la pena arriesgarse por recuperarlos. Es la ley de la vida. Sería igualmente inútil a querer detener la muerte. 
Cuando llovía el suelo quedaba cubierto por una marejada de agua y barro que parecía reírse mientras era recorrida. Había que ir tanteando como quien duerme por primera vez en algún lugar nuevo y se levanta a la madrugada en busca del baño. Solo los mas intrépidos, o quizás los mas estúpidos, encaraban el misterioso camino añorando poder dar otro paso. Cuando llegaban a la esquina, suspiraban triunfantes y miraban alrededor para corroborar si había algún testigo de su hazaña. Algunos se relajaron tanto que fueron atropellados y arrastrados por cuadras. Un insoportable chiste de mal gusto producto del Narciso encerrado dentro nuestro. Cientos de miles de intrépidos domadores de veredas que ponían su vida en juego cada vez que comenzaba a llover. 
Yo prefería el asfalto. Si tenia que recibir algún golpe prefería verlo venir. No entendía la lección en recibir puñetazos por la espalda. Así que cuando la primer gota me golpeaba la cara, saltaba desde el cordón desesperado escapando de todo ese universo escondido. Me ponía dos bolsas de supermercado bajo los brazos y planeaba bajito. Porque por acá siempre que llueve hay viento. Mucho mucho viento. Cuando el mar sopla es mejor no lucharlo y dejarnos a merced de cualquiera sean sus intenciones. A menudo uno se estrellaba contra algún árbol o algún container, pero el golpe ayudaba. Nos mantenía alerta con la humanidad a flor de piel y con la pesada sabiduría que solo otorga el dolor. Porque caminar a los tumbos es la única forma de andar.










sábado, 11 de octubre de 2014

Luonto




Como la sangre corriendo cuesta abajo sobre el asfalto. Así avanza la inmensidad. Lenta pero segura. Sabiendo que puede dar ventaja. Sean metros, años o vidas. Porque el ataque será desde más de un frente y es imposible cubrir todos los flancos.

No me cabe duda que el impacto será inevitable. Inclemente y certero. Y de esa colisión saltarán chispas tan brillantes que el mismísimo averno se convertirá en un paraíso pagano. Al menos por un rato. El fuego resplandecerá nublando nuestros ojos. El insoportable ruido dentro de nuestras cabezas dejará de existir y el glorioso silencio eterno nos devolverá algo de lo que esta involución nos arrebató.

El reino de Vidar se alzará irremediablemente dentro nuestro. La venganza y la sed de justicia nos hará déspotas desalmados. Depredadores implacables de todas nuestras flaquezas y triunfos. La batalla nos desnudará en una insoportable escena inequívoca de lo que realmente somos. De lo que somos porque está en nosotros serlo, y no porque hayamos logrado serlo. Será el momento en que nuestra más primitiva esencia se verá envuelta en una lucha a muerte consigo misma. Y quizás en ese momento sabremos si la oscuridad que algún día nos invadirá, será el glorioso comienzo de nuestro mejor ser o el mal ubicado ultimo punto de alguna historia berreta.

Nada más que endurecerse manteniendo la sensibilidad a flor de piel. Porque para cuando el impacto llegué, solo podremos desear que el golpe no nos envíe a algún infierno celestial de dioses crucificados y demonios misericordiosos. Porque tal vez la naturaleza de todo este suelo sea dios suficiente, y todo ese tiempo que pasamos arrodillados pidiendo perdón a fantasmas voladores no sea otra cosa que tiempo perdido.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Sinopsis



Y eso era lo que hacía, escribía sinopsis. Siempre pintaba una imagen distorsionada de la historia cuidándose de no revelar ningún dato importante. Y eso era lo difícil. Y eso fue lo que le afectó. Se convirtió en un escritor de sinopsis en su propia vida. Se mantenía al margen y antes de explotar, se iba planeando bajito por sobre las piedras. Se trepaba al margen lo alto suficiente como para no ver las cosas de cerca. Cuando su corazón se mostraba con ganas de lanzarse sobre algo o alguien, él le cerraba los ojos y le cantaba canciones de cuna. Y así un día se despertó sin saber donde estaba ni quién era. Y así un día empezó a levitar por sobre las cosas.  Y así un día se colgó de una estrella. Y así un día se fue.

Solo la tierra lo besaría en el estruendoso golpe que solo los ángeles y demonios conocen. Porque la familiaridad lo extrañaba. Siempre decía que lo antagónico reflejaba la realidad de este pedazo de tierra entre el cielo y el infierno. Y aunque esa realidad manipulada por su egoísta percepción fuera todo lo que tenia, necesitaba no perderla de vista. Entonces entreabrió los ojos y se soltó. Y cayó durante segundos que se sintieron años, o años que se sintieron segundos. No estaba seguro. Aterrizó de pie. Sonrío antes de abrir los ojos y abrazó la esperanza de los que pueden ver más allá de hoy. Tomó un pincel y se puso a planear historias que matan con la inclemencia de la vida. Y vaciló en la certeza estando seguro que en la duda yacía lo real. Y así terminó. Con el pecho al norte y el puño al sol. Porque siempre es mejor morir viviendo que vivir muriendo.

Sonámbulo


Debían ser cerca de las 11 de la noche. La casa estaba casi a oscuras y desde abajo se escuchaba la guitarra de Pat mientras planeaba su viaje del día siguiente. Una vez más debí haberme quedado dormido por los inclementes golpes de la razón. Prendí un cigarro, suspiré mirando la ventana y bajé las escaleras. 
Mucho humo. Demasiado humo.
Pat seguía tocando tan perdido que ni siquiera notó mi presencia. Abrí la puerta, di un paso fuera de la casa e inhale tanto aire como me dejaron los pulmones. Mis pulmones ya no eran los de antes. Todavía estaban resentidos conmigo desde que los deje de saludar. Siempre cuando dolían pensaba en Ernesto. El tenía pulmones mas maltratados que los míos. Ni los vientos del futuro lo tiraron al piso, así que yo me encontraba una vez con las manos vacías de excusas. 
Caminé hacia los árboles mirándolos de reojo para saber si ya había comenzado el ritual de la noche. Me apoyé en un viejo tronco, cerré los ojos y luche contra mi memoria por recordar cuanto tiempo había pasado desde la última vez que la había visto. Ya era historia. No sabía cuánto de lo que guardaba en la cabeza era real y cuanto idealizado. Ya no sabía si reír o llorar por tanta estupidez, pero si sabía que iba a tener tiempo para hacerlo. 
Siempre tenía que cerrar los ojos dos veces para agarrar lo que flotaba. Me acordé de mi casa, de mi madre, de mí. Sentí que la sangre de mi cuerpo empezaba a moverse más rápido y que mi corazón no iba a darme pelea esa noche. Los árboles me miraban esperando que mis manos dejasen de temblar. Ella estaba apareciendo en mi cabeza de nuevo. Magnifica imagen. 
Una vez me dijo que los árboles soñaban a la par de uno. Y a veces, soñar con ellos hace que los fantasmas vaguen dentro nuestro. 
Solo a veces. 

Apocalyptic high


1 minuto.
No podes hablar con la garganta cortada.
No sé porque, pero ya no ardían las quemaduras de cigarrillo en tus brazos.
Ya no te quejabas. Ya no me encerrabas. Ya no me enterrabas.
A finales de Diciembre hundías tu cara en la nieve para convertirte en raíz.
Soñabas con transformarte en el símbolo pagano de la masturbación idiosincrática.
6 minutos. Ya no hablás. 360 segundos de silencio. De tu silencio. De la madre de todos los silencios.
Siempre gritabas algo en algún otro idioma. Yo apenas entendía el mío. Y el tuyo ni siquiera era tuyo.
Tu inclemente melancolía sobre todo lo que no fuiste. Y de todo lo que quisiste ser.
La sangre gotea. La tuya también.
Y el charco se convierte en marea.
Y la marea en un agüero negro.
Y del agujero negro el viento.
Y el viento que raspa tu piel como si siguiera presionando el cuchillo de Elizabeth sobre tu cuello.
9 minutos. Glorioso silencio de los que no tienen fortaleza.
10 minutos.
11 minutos. El goteo de tu sangre suena a palabras.
12 minutos.
13 minutos. Te mataría de vuelta por escuchar decir “Yttligare ett steg närmare total jävla utfrysning” otra vez.
14 minutos.
15 minutos. Quizás de tu sangre florezca la oscuridad.
16 minutos. La inevitable oscuridad.
17 minutos.
18 minutos.
19 minutos. Quizás no.