sábado, 11 de octubre de 2014

Luonto




Como la sangre corriendo cuesta abajo sobre el asfalto. Así avanza la inmensidad. Lenta pero segura. Sabiendo que puede dar ventaja. Sean metros, años o vidas. Porque el ataque será desde más de un frente y es imposible cubrir todos los flancos.

No me cabe duda que el impacto será inevitable. Inclemente y certero. Y de esa colisión saltarán chispas tan brillantes que el mismísimo averno se convertirá en un paraíso pagano. Al menos por un rato. El fuego resplandecerá nublando nuestros ojos. El insoportable ruido dentro de nuestras cabezas dejará de existir y el glorioso silencio eterno nos devolverá algo de lo que esta involución nos arrebató.

El reino de Vidar se alzará irremediablemente dentro nuestro. La venganza y la sed de justicia nos hará déspotas desalmados. Depredadores implacables de todas nuestras flaquezas y triunfos. La batalla nos desnudará en una insoportable escena inequívoca de lo que realmente somos. De lo que somos porque está en nosotros serlo, y no porque hayamos logrado serlo. Será el momento en que nuestra más primitiva esencia se verá envuelta en una lucha a muerte consigo misma. Y quizás en ese momento sabremos si la oscuridad que algún día nos invadirá, será el glorioso comienzo de nuestro mejor ser o el mal ubicado ultimo punto de alguna historia berreta.

Nada más que endurecerse manteniendo la sensibilidad a flor de piel. Porque para cuando el impacto llegué, solo podremos desear que el golpe no nos envíe a algún infierno celestial de dioses crucificados y demonios misericordiosos. Porque tal vez la naturaleza de todo este suelo sea dios suficiente, y todo ese tiempo que pasamos arrodillados pidiendo perdón a fantasmas voladores no sea otra cosa que tiempo perdido.