jueves, 4 de junio de 2015

Madre Norte



Madre Norte, las raíces de tus cimientos han sufrido más de lo merecido. Heridas por el sable inescrupuloso de los poderosos y asesinos. Resistir no es tu estilo, solo tomaste aire y cerraste los ojos esperando tu momento. El apocalíptico instante en que desataste la inclemente tormenta sobre las sienes de los necios. Ni las estructuras divinas inventadas sobre tus templos, ni la cacería a tus hijos lograron doblarte. Mujeres, niños y guerreros victimas de un genocidio cultural. Los lacayos del hijo colgado persiguieron todo rastro de libertad y juraron la supervivencia del más inmoral.
Madre Norte, resististe de pie abrazando cada centímetro de nuestro edén. Convertiste a tus hijos en guerreros y todos ellos te regalaron lealtad desinteresada. Proteger la identidad misma era la proeza. Mantener intacta la esencia de tu sangre bajo la corteza de los robles fue la mayor victoria. Así aguardaste bajo la tristeza de la noche, te nutriste de la humedad de la niebla de invierno y ganaste fuerzas para escupir bolas de fuego sobre el halo de los invasores. Hoy recuperaras tu suelo, tu identidad y tu honor.
Madre Norte, todos tomados de las manos aguardamos nuestro momento mientras tu fantasma caza a las brujas una por una. Sobre tus hojas o sobre montañas de concreto, mi corazón está en el fondo de tus lagos bailando con tus dioses.

viernes, 3 de abril de 2015

El gato negro que vive en el taparrollos de la ventana del living




El gato negro que vive en el taparrollos de la ventana del living se despierta a las once de la noche. Se saca las lagañas y toma un trago mientras se come unas masas secas de ayer. Mientras se baña canta Electrolite y me cuenta que cuando duerme revitaliza sus ganas.
El gato negro que vive en el taparrollos de la ventana del living se toma un taxi y se sienta en el bar de Jesús a tomar una ginebra. Se mambea y se trompea con un caniche disfrazado de bulldog. Sentado en un techo lejos de los mortales, acaricia la luna mientras piensa en como cazar esos estúpidos peces voladores.
El gato negro que vive en el taparrollos de la ventana del living salta de balcón a balcón buscando algún atisbo de una vida mejor. Se moja las almohadillas de las patas al darse cuenta que hay mas peores que mejores. Reordena sus prioridades y se promete ayudar a caminar a los que no pueden ni apoyar. Suspira en La, y empieza a volver tranquilo... con la calma de los que están haciendo tiempo.
El gato negro que vive en el taparrollos de la ventana del living abrió la puerta y me encontró desmayado en el sillón. Me despertó y me contó todo lo que había visto. Me dijo que me quería y me abrazo hasta donde le dieron las patas.
El gato negro que vive en el taparrollos de la ventana del living me lamió la nariz, se colgó de la cortina y se metió de vuelta en su cueva. Hasta mañana.

lunes, 30 de marzo de 2015

Otoño otra vez



Pasto, tierra y viento. La mas nítida foto del alfa y el omega. La complejidad infinita del universo representada en una tarde de Marzo, mientras cuatro cielos fluorescentes amenazan despertar mientras camino descalzo.
Tropiezo con un tronco y caigo roto al piso. Me vuelvo hacia vos, pero tus ojos siguen perdidos en alguna dimensión extraordinaria. Tu respiración galopa al ritmo del nuevo amanecer que se nos escapaba. Pensar que todo este tiempo estuve buscándolo todo afuera y resulta que se encontraba dentro mío. Ni amor, ni odio, ni nada para definir mi existencia. Solo mi celosa necesidad de locura.
Me arrastro hacia el abismo y espero alguna invitación para volver a ser el dueño de mi suerte. En cambio me inunda el silencio. Floto en la fina frontera entre la desesperanza y la ilusión. Ahí lo entiendo todo y abrazo mi libertad. La independencia plena que otorga el no tener un Dios sobre nuestras cabezas.
Me dejo caer y me pierdo en una densa nube de hojas secas. Siento la invencible fuerza de la gravedad sobre mi cuerpo. La interminable caída despeja mis horizontes y levito imposible hacia la eternidad.
Abro los ojos y el viento seguía siendo viento. Camino hasta tu santuario de naturaleza muerta y me dejo caer. Mis piernas sangran por dentro y rindo mis ganas al mejor postor. Intento enfocar mi vista y entiendo que la claridad es una persiana mal cerrada.
Prendo un cigarro y espero.
Quizás despiertes y me busques.
Quizás elijas recordarme.
Quizás me hagas infinito y viva siempre en la corteza de todas las cosas.


lunes, 5 de enero de 2015

Cadáveres de terciolpelo



Era Otoño. Esos días en que la impaciente primavera no puede esperar su turno. Para campera hacia calor y para tricota frío. Y si uno lo pensaba, el día era perfecto. Parecía un chiste del antidestino. 

Te pasé a buscar. Tarde, como siempre. En todo el camino no nos dijimos una palabra. No era necesario. La mayoría de las veces el silencio es suficiente. Verbalizar incesantemente explicando todo lo que pasa es patológicamente estúpido.

El pasto estaba húmedo. El Otoño ganó y enterró a la primavera en una tumba de hojas secas. El atardecer se perdía entre los arboles mientras los últimos vientos del sur corrían el pelo de tu cara.

Tres o cuatro horas pasaron al tiempo que el fino fluir del rió acariciaba nuestros oídos. Creo que de algún modo me hacía recordar a mi casa. Cuando los sapos explotaban y las gargantas quemaban. 

De repente empezaron a materializarse en el horizonte. Por lo menos en el nuestro. Venían flotando. Inertes, bellos, eternos. Cadáveres de terciopelo que no querían perderse la fiesta. Los vimos pasar inmobles y cuando pudimos movernos, nos fuimos. Ya lo habíamos visto todo.

Caminamos hasta tu casa. No nos dijimos nada. Nunca más. No era necesario.