jueves, 18 de septiembre de 2014

Sinopsis



Y eso era lo que hacía, escribía sinopsis. Siempre pintaba una imagen distorsionada de la historia cuidándose de no revelar ningún dato importante. Y eso era lo difícil. Y eso fue lo que le afectó. Se convirtió en un escritor de sinopsis en su propia vida. Se mantenía al margen y antes de explotar, se iba planeando bajito por sobre las piedras. Se trepaba al margen lo alto suficiente como para no ver las cosas de cerca. Cuando su corazón se mostraba con ganas de lanzarse sobre algo o alguien, él le cerraba los ojos y le cantaba canciones de cuna. Y así un día se despertó sin saber donde estaba ni quién era. Y así un día empezó a levitar por sobre las cosas.  Y así un día se colgó de una estrella. Y así un día se fue.

Solo la tierra lo besaría en el estruendoso golpe que solo los ángeles y demonios conocen. Porque la familiaridad lo extrañaba. Siempre decía que lo antagónico reflejaba la realidad de este pedazo de tierra entre el cielo y el infierno. Y aunque esa realidad manipulada por su egoísta percepción fuera todo lo que tenia, necesitaba no perderla de vista. Entonces entreabrió los ojos y se soltó. Y cayó durante segundos que se sintieron años, o años que se sintieron segundos. No estaba seguro. Aterrizó de pie. Sonrío antes de abrir los ojos y abrazó la esperanza de los que pueden ver más allá de hoy. Tomó un pincel y se puso a planear historias que matan con la inclemencia de la vida. Y vaciló en la certeza estando seguro que en la duda yacía lo real. Y así terminó. Con el pecho al norte y el puño al sol. Porque siempre es mejor morir viviendo que vivir muriendo.

Sonámbulo


Debían ser cerca de las 11 de la noche. La casa estaba casi a oscuras y desde abajo se escuchaba la guitarra de Pat mientras planeaba su viaje del día siguiente. Una vez más debí haberme quedado dormido por los inclementes golpes de la razón. Prendí un cigarro, suspiré mirando la ventana y bajé las escaleras. 
Mucho humo. Demasiado humo.
Pat seguía tocando tan perdido que ni siquiera notó mi presencia. Abrí la puerta, di un paso fuera de la casa e inhale tanto aire como me dejaron los pulmones. Mis pulmones ya no eran los de antes. Todavía estaban resentidos conmigo desde que los deje de saludar. Siempre cuando dolían pensaba en Ernesto. El tenía pulmones mas maltratados que los míos. Ni los vientos del futuro lo tiraron al piso, así que yo me encontraba una vez con las manos vacías de excusas. 
Caminé hacia los árboles mirándolos de reojo para saber si ya había comenzado el ritual de la noche. Me apoyé en un viejo tronco, cerré los ojos y luche contra mi memoria por recordar cuanto tiempo había pasado desde la última vez que la había visto. Ya era historia. No sabía cuánto de lo que guardaba en la cabeza era real y cuanto idealizado. Ya no sabía si reír o llorar por tanta estupidez, pero si sabía que iba a tener tiempo para hacerlo. 
Siempre tenía que cerrar los ojos dos veces para agarrar lo que flotaba. Me acordé de mi casa, de mi madre, de mí. Sentí que la sangre de mi cuerpo empezaba a moverse más rápido y que mi corazón no iba a darme pelea esa noche. Los árboles me miraban esperando que mis manos dejasen de temblar. Ella estaba apareciendo en mi cabeza de nuevo. Magnifica imagen. 
Una vez me dijo que los árboles soñaban a la par de uno. Y a veces, soñar con ellos hace que los fantasmas vaguen dentro nuestro. 
Solo a veces. 

Apocalyptic high


1 minuto.
No podes hablar con la garganta cortada.
No sé porque, pero ya no ardían las quemaduras de cigarrillo en tus brazos.
Ya no te quejabas. Ya no me encerrabas. Ya no me enterrabas.
A finales de Diciembre hundías tu cara en la nieve para convertirte en raíz.
Soñabas con transformarte en el símbolo pagano de la masturbación idiosincrática.
6 minutos. Ya no hablás. 360 segundos de silencio. De tu silencio. De la madre de todos los silencios.
Siempre gritabas algo en algún otro idioma. Yo apenas entendía el mío. Y el tuyo ni siquiera era tuyo.
Tu inclemente melancolía sobre todo lo que no fuiste. Y de todo lo que quisiste ser.
La sangre gotea. La tuya también.
Y el charco se convierte en marea.
Y la marea en un agüero negro.
Y del agujero negro el viento.
Y el viento que raspa tu piel como si siguiera presionando el cuchillo de Elizabeth sobre tu cuello.
9 minutos. Glorioso silencio de los que no tienen fortaleza.
10 minutos.
11 minutos. El goteo de tu sangre suena a palabras.
12 minutos.
13 minutos. Te mataría de vuelta por escuchar decir “Yttligare ett steg närmare total jävla utfrysning” otra vez.
14 minutos.
15 minutos. Quizás de tu sangre florezca la oscuridad.
16 minutos. La inevitable oscuridad.
17 minutos.
18 minutos.
19 minutos. Quizás no.