Y eso era lo que hacía, escribía sinopsis. Siempre pintaba
una imagen distorsionada de la historia cuidándose de no revelar ningún dato
importante. Y eso era lo difícil. Y eso fue lo que le afectó. Se convirtió en
un escritor de sinopsis en su propia vida. Se mantenía al margen y antes de
explotar, se iba planeando bajito por sobre las piedras. Se trepaba al margen
lo alto suficiente como para no ver las cosas de cerca. Cuando su corazón se
mostraba con ganas de lanzarse sobre algo o alguien, él le cerraba los ojos y
le cantaba canciones de cuna. Y así un día se despertó sin saber donde estaba
ni quién era. Y así un día empezó a levitar por sobre las cosas. Y así un día se colgó de una estrella. Y así
un día se fue.
Solo la tierra lo besaría en el estruendoso golpe que solo
los ángeles y demonios conocen. Porque la familiaridad lo extrañaba. Siempre
decía que lo antagónico reflejaba la realidad de este pedazo de tierra entre el
cielo y el infierno. Y aunque esa realidad manipulada por su egoísta percepción
fuera todo lo que tenia, necesitaba no perderla de vista. Entonces entreabrió
los ojos y se soltó. Y cayó durante segundos que se sintieron años, o años que se
sintieron segundos. No estaba seguro. Aterrizó de pie. Sonrío antes de abrir
los ojos y abrazó la esperanza de los que pueden ver más allá de hoy. Tomó un pincel
y se puso a planear historias que matan con la inclemencia de la vida. Y vaciló
en la certeza estando seguro que en la duda yacía lo real. Y así terminó. Con
el pecho al norte y el puño al sol. Porque siempre es mejor morir viviendo que
vivir muriendo.